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Símbolo estrellado

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
sábado 03 de noviembre de 2012, 00:30h

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La atribulada actualidad nacional nos pone una y otra vez frente a un espectáculo obsceno y exacerbado que se representa en Cataluña. Tras la grosera apariencia de los acontecimientos late un tema de fondo, el nacionalismo, que es sumamente complejo; motivo por el cual procede siempre un análisis crítico que alcance a distinguir las diversas ideas subsumidas en él. Esta crítica al nacionalismo abrirá forzosamente múltiples planos dialécticos polémicamente entretejidos. Quiero referirme ahora, atendiendo sólo a uno de esos planos, el de los símbolos, al origen y significado de la bandera nacionalista por antonomasia, la Estelada, para desvelar uno de los muchos componentes oscurantistas del nacionalismo.

Empezaré estableciendo un símil con el ámbito del teatro para afirmar que la “representación” nacionalista catalana se ajusta a un relato preestablecido y que requiere de una meticulosa puesta en escena. De ésta última hablaré, evitando la tentación de abundar en la primordial cuestión del relato en sí mismo. Como sucede a menudo, para una buena escenificación es menester una muchedumbre, cuanto más numerosa mejor, que actúe a modo de comparsa convenientemente dirigida. Así, la comparsa del nacionalismo catalán pretende atestar las calles, el escenario, por seguir con el símil, enarbolando casi hasta la extenuación la llamada Estelada. Esta bandera simboliza, dicen, las aspiraciones y anhelos independentistas de Cataluña respecto de España. Su origen hay que situarlo a principios del siglo XX, en el contexto de la pérdida de las últimas posesiones españolas de Ultramar.

 

Su artífice fue un miembro del partido Unió catalanista llamado Vicenç Albert Ballester Camps, un marino reconvertido al periodismo que firmaba sus artículos con el pseudónimo VIC I ME; traducido el acrónimo, Viva la Independencia de Cataluña y Muera España. A imitación de otras, como la de Cuba o Puerto Rico, la Estelada muestra en uno de sus extremos un triángulo equilátero (azul o amarillo) con una estrella (blanca o roja) de cinco puntas en su interior. Es cuanto menos sintomático que la primera aparición gráfica de esta bandera fuera en un boletín de 1918 titulado L’intransigent (El intransigente) y sorprendente que se estableciera de inmediato un vínculo entre la independencia cubana y Cataluña. Conviene recordar que uno de los antecedentes de la Guerra de la Independencia de Cuba fue, precisamente, la fuerte presión que ejerció la burguesía textil catalana, plasmada finalmente en la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas de 1882 y en el Arancel de Cánovas de 1891. Ambas medidas garantizaban el monopolio textil catalán y condenaban a Cuba a tener que hacerse cargo de su propio excedente productivo. El empobrecimiento cubano derivado de tales medidas fue patente. No parece, pues, que en los intereses de las élites catalanas de entonces anidara un “sentimiento nacional” de oposición al imperialismo español, ¿verdad?

Esta constatación histórica, por sí misma, ya debería dar lugar a una catarata de réplicas e impugnaciones contra este símbolo oscurantista del nacionalismo. Objeciones, en suma, de las que ni siquiera el ámbito folclórico se libra. Si no, baste recordar la penúltima estrofa de la famosísima habanera de José Luis Ortega Monasterio, El meu avi (1968), en la que se culpa a los “americanos” de la muerte del patrón, el timonel y catorce marineros del buque de la flota española de ultramar llamado El Català.


Sea como fuere, por necedad o por perversidad, el figurante adiestrado del nacionalismo hace gala de una bandera que quiere emular aquélla cubana que ideó Narciso López, muy plausiblemente empleando simbología de corte masónico, como símbolo inequívoco e inquebrantable de sus reivindicaciones. Es éste, por tanto, un elemento tan oscurantista como insoslayable para la puesta en escena nacionalista a la que me refería anteriormente; y tan inexcusable como catártico para mí el desvelarlo. Descuartizar el mito nacionalista y arrojar algo de luz en cada una de sus partes, en cada uno de sus planos dialécticos, nos aleja de la zafia superchería y nos acerca más a la identidad que indefectiblemente nos reúne a todos.


Piénsenlo bien cuando vuelvan a ver la imagen de la bandera en los medios de comunicación.



Francisco Javier Fernández

 


1) Véanse Tena, Antonio y Tirado, Daniel (1996), Protección arancelaria en la Restauración. Un debate, Revista de Economía Aplicada, nº 11 (vol. IV), otoño, pp. 135-150, y Alzola y Minondo, Pablo de (1895), Relaciones comerciales entre la Península y las Antillas, Madrid, Imprenta de la viuda de M. Minuesa de los Ríos. [Edición digital: http://archive.org/stream/relacionescomer00minogoog#page/n7/mode/2up]

2) http://www.youtube.com/watch?v=Jgvm9Q8RTPM&feature=related


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