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El legado del Padre

Por Redacción
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lunes 04 de marzo de 2013, 00:33h

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Estimado Padre espiritual. Pese a que ya no está con nosotros, quiero que sepa que su legado sigue vivo en nuestros corazones. Usted, que tan bien nos ha conocido y amado, quizá por ser uno de los nuestros, ha conseguido, a través de acciones y no sólo palabras, animarnos a creer que el mundo no sólo puede cambiar, sino que debe irremisiblemente hacerlo. Por ello, le doy las gracias.

Gracias por su generosidad, por todo lo que ha hecho por nosotros, por su humildad y sus enseñanzas, por demostrarnos el significado de la verdadera resiliencia, por su espíritu de superación, por su altruismo, por su empatía, por su solidaridad, por su afecto y por su confianza, por dar esperanza a la juventud, por ayudarnos a ser mejores, por su incansable esfuerzo al servicio de la humanidad, por iluminar el camino hacia la sabiduría e inspirarnos en su búsqueda y… en fin, por tantas y tantas cosas que la historia, eternamente perezosa y remolona, tardará en reconocerle como es debido. Usted ha luchado contra viento y marea, soportando los límites de la inhumanidad, pero la edad es un infatigable enemigo al que es imposible burlar.

 

Por todo, gracias… señor Hessel.

Febrero de 2013 ha sido un mes de despedidas. Los libros de historia, aficionados a los grandes relatos de portada, sin duda reflejarán en negrita la despedida voluntaria protagonizada por Benedicto XVI, quien, con su sorprendente decisión, ha eclipsado el fallecimiento del no menos importante Stéphane Hessel. Sirvan estas palabras como homenaje al segundo.

Hessel ha sido conocido, principalmente, por ser el autor de uno de los manifiestos esenciales a la hora de entender los movimientos reivindicativos que, encabezados por cohortes juveniles, amenazan a unos y esperanzan a otros en estos días oscuros de desolación y apatía. “¡Indignaos!”, fue el título elegido. Nada casual, pues, que a los inquietos y a los inconformistas de hoy se les denomine, por lo general, “indignados”.

Sin embargo, el éxito que ha tenido en esta etapa final de su vida se entiende mucho mejor al observar su trayectoria vital. Nacido en Berlín el mismo año que la Revolución rusa, 1917, en el seno de una familia liberal con ascendencia judía, terminó por refugiarse en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Dando rienda suelta a su espíritu, en 1941 se unió a la resistencia contra la invasión nazi. El destino quiso que la Gestapo lo detuviera, dando con sus huesos en los campos de concentración de Buchenwald y Dora-Mittelbau.

Condenado a la horca, el deshumanizado Stéphane pudo eludir la inminente ejecución intercambiando su identidad con la de un preso ya fallecido, según parece, de tifus. Tras varios intentos de fuga, con diferentes e inciertos resultados, consiguió finalmente unirse a las tropas de Estados Unidos, en París.

Consciente del horror vivido, durante su posterior carrera diplomática llegó a ser secretario de la comisión encargada de redactar la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), por lo que podemos considerarlo como uno de sus padres. Su profesión hizo de él un hombre de mundo: Indochina francesa, Argel, Ginebra, etc. Así pudo llevar el compromiso y la lucha por los derechos del ser humano a numerosos rincones del planeta. Ésta, en resumen, fue su vida hasta que la fortuna quiso darle una gran relevancia final, quizá por agradecerle su dedicación a los demás.

“¡Indignaos!”, nos espetó a los ojos queriendo llegar a nuestros corazones. En menos de cuarenta páginas, Hessel conectó con un sentimiento casi palpable en la sociedad del momento: ¡ya basta! Simple, crudo y directo como la vida misma. El mensaje caló hondo en muchos. Stéphane dio el pistoletazo de salida, la carrera por el cambio había comenzado y España estaba a la cabeza del pelotón con el ya histórico movimiento 15-M.

A este éxito le siguieron otros, en los que participó o apoyó, también en forma de libro. Tras la indignación nos pidió compromiso (“¡Comprometeos!”) y, después, desde España, otro entrañable nonagenario, José Luis Sampedro, consiguió que diversas plumas nos pidieran capacidad de reacción (“Reacciona”). Pero de nada vale despertar si nos quedamos en la cama mirando al techo: es necesario tomar posición, Sampedro y sus amigos nos recordaron la necesidad de levantarnos (“Actúa”). Siguiendo estos pasos quizá encontremos la llave de la esperanza que, junto a Edgar Morin, Hessel quiso dejar de nuevo por escrito (“El camino de la esperanza”).

Indígnate, comprométete, reacciona, actúa… la esperanza te aguarda y te acompaña por igual, pero no será fácil.

Admito que he lamentado profundamente la marcha de Hessel, entre otros motivos, por un razonamiento algo egoísta: no poder disfrutar de más escritos suyos. Pero su genial pluma no se ha evaporado todavía del todo. Su sangre puede haberse enfriado, pero su tinta sigue al rojo vivo. Existe un último legado. No pude evitar sonreír al conocer que dentro de poco saldrá un libro póstumo, tan sugerente como los anteriores: “¡No os rindáis!”. Proféticamente, Hessel nos anima a persistir en nuestro esfuerzo por hacer realidad la idea de un mundo más justo. Mientras consigo hacerme con una copia, me contentaré con sus memorias: “Mi baile con el siglo”.

El 27 de febrero, a los 95 años, su cuerpo nos abandonó. Pero el nombre de Hessel, así como su memoria y sus principios, vivirá con nosotros cada vez que llenemos nuestros pulmones para pedir un mundo más justo, cada vez que salgamos a la calle para defender una sociedad más equitativa y cada vez que, con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, pensemos que sí… que es posible cambiar las cosas para que todos podamos ser, al menos, un poquito más felices que ayer.

Su corazón ha sido tan grande que, si nos esforzamos lo suficiente, podremos sentir sus latidos al tocar, con cariño, las páginas de sus libros. Su legado ha quedado para siempre entre nosotros. Descanse en paz, amigo Stéphane, humilde y respetuosamente, nosotros retomamos la contienda donde la ha dejado.

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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