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Entre la espada y la pared

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
domingo 04 de agosto de 2013, 23:03h

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El día uno próximo pasado me levanté más temprano de lo que tenía pensado; no creo que madrugar sea algo indicado para comenzar las vacaciones. No obstante, me armé de valor y, con un buen café, pasé la mañana entera pendiente de la comparecencia del señor presidente. ¿Todo para qué?, para volver a escuchar una disculpa a medias y, después, un cruce de acusaciones propias de patio de colegio; sólo les faltó espetar, quizá en latín, un lapidario: “rebota, rebota y en tu culo explota” finiquitado, eso sí, con la ya mítica coletilla “fin de la cita”.

No entraré a comentar esa segunda parte; ellos solos se bastan para retratarse como eficientes correveidiles con pocas novedades significativas. Sin embargo, sí que quisiera escribir sobre la primera parte para, si me lo permiten, desgranar el contenido que considero que debe tener toda disculpa.

 

Al escuchar al señor Rajoy purgar su responsabilidad anunciando que todo el asunto Bárcenas podía resumirse en dos palabras, casi me da un vuelco el corazón; por un momento pensé que entonaría un “mea culpa”, pero poco duró mi sorpresa. Siempre es mucho mejor jugar el comodín del “me equivoqué”. Una apuesta cuyo beneficio ya paladeó no hace mucho nuestro Rey D. Juan Carlos tras caer en las redes del cazador cazado.

Es inevitable establecer relaciones entre estas dos cuasi-disculpas. Ambos aceptan su equivocación; ambos lamentan lo sucedido, incluso cuando “lo sucedido” tiene múltiples interpretaciones, y ambos hacen propósito de enmienda, dejando constancia de que harán lo posible para que no vuelva a ocurrir. Loable secuencia, pero también incompleta, de ahí lo de “cuasi” disculpa.

Para que una disculpa sea fructífera hace falta que la parte contrariada tome la palabra y, dependiendo de su benevolencia, acepte o no, crea o no, a la otra parte. Pero, ¿a quién le interesa realmente este sutil detalle?, ¿quién escucha a la parte que, día a día, es agraviada y vilipendiada?

Por mi parte, señor Rajoy, no le creo lo más mínimo. La poca confianza que tenía en usted desapareció totalmente cuando nadie desmintió la veracidad de sus mensajitos con el personaje Bárcenas y, por ello, no acepto sus disculpas. No las acepto porque: o bien usted es tan cándido y confiado que en su propia casa pasaban fajos de billetes bajo su nariz y nunca quiso preguntarse el porqué de tanto trajín, o bien usted siempre lo supo, formando parte del bisnes, y nos sigue mintiendo como un bellaco. Sea como fuere, le aseguro que ninguna opción es aceptable para entender que siga al frente del gobierno, cumpliendo un programa electoral que olvidó al minuto uno de estar al mando, para más inri. Ese, y no otro, era su deber. Y digo “era”, en pasado, porque para mí, señor Rajoy, su comparecencia sí que ha supuesto un “fin de cita”: la suya como presidente. Podrá terminar su mandato, sin duda, el tanque de la mayoría absoluta se conduce sin problemas, pero el daño moral que ha causado es irreparable, y usted lo sabe tan bien como que irse dañaría gravemente la situación de España.

Entre la espada y la pared. Si se queda lo hace sin legitimidad ética, con la confianza de la sociedad rota en mil pedazos. Por otro lado, si se marcha, Europa verá su decisión como síntoma inequívoco de inestabilidad, con todo lo que conlleva. Bonita situación a la que hemos llegado: haga lo que haga, España pierde. Quedándose, y no le culpo, al menos después podrá vender que se sacrificó por el bien del país. Pero también le recuerdo que yéndose podrá tener la conciencia tranquila por hacer lo que es debido y, de paso, sentar precedente con su ejemplo. Si fuera egoísta, querría que se quedara, pues afortunadamente todavía puedo contarlo y soy consciente de que el remedio, en mi caso, quizá fuera peor que la enfermedad. Pero no lo soy, y por ello le digo: márchese y, después, el diluvio. Si para solucionar la situación hemos de tocar fondo todos, caigamos y reiniciemos.

Seguramente alguno crea que me he propasado obviando las presunciones de inocencia que, pese a mi sinceridad, sin duda comparto. El caso es que empecé estos párrafos dando rienda suelta a mi indignación, sin cortapisas, a sabiendas de que, si me extralimitaba, como todo parece solucionarse lamentando las equivocaciones cometidas, tan solo debía hacer valer la patente de corso que otorga la fórmula: “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir". Aunque finalmente no ha sido para tanto, pues en el fondo soy un sentimental, sigue siendo un curioso remate de artículo al que, como ven, no he renunciado.

 

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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