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Fernando Vallejo, intelectual por excelencia

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 26 de agosto de 2013, 00:07h

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Suele citarse, es verdad que cada vez con menos frecuencia, el caso Dreyfus (1894) como trascendental en la historia del llamado “intelectual comprometido”. Como se sabe, el francés Alfred Dreyfus fue un militar acusado injustamente de espionaje, por lo que tuvo que pasar varios años prisionero en condiciones miserables. Un grupo de escritores de la época, entre quienes estaban Émile Zola y Marcel Proust, intercedió por él públicamente. Después de mil penurias, Dreyfus fue liberado y le fue devuelto su cargo en el ejército, donde se le había degradado; al final, fue ascendido.

 

Así estaban las cosas en el siglo XIX francés, aunque en el futuro los llamados intelectuales (que para nada son un todo homogéneo, sino que con frecuencia se enfrentan para defender intereses opuestos), tendrán oportunidades de sobra para demostrar su adhesión a las causas más variopintas. Ahí está el manifiesto contra Fidel Castro firmado por una plétora de escritores a finales de los ochenta. O el defenestrado Peter Handke en el funeral de Milošević.

Por lo tanto, se impone reflexionar cuál es el papel de los intelectuales en las democracias homologadas del presente, sobre todo si se piensa que en la actualidad casi cualquiera tiene derecho a dar su opinión, lo cual nos ha condenado a convivir con todo tipo de afirmaciones: un conjunto heterogéneo harto difícil de clasificar. Nunca como ahora había sido posible escuchar a tantas personas hablar de teología aunque no sean teólogos.

Porque en muchas ocasiones el intelectual suele estar al servicio de una causa que no es precisamente noble. O bien, el intelectual defiende una causa impopular o políticamente incorrecta. El problema aquí es que se vuelve imperioso distinguir con claridad, criticar (en el sentido de clasificar) las ideas de los intelectuales, porque lo que se hace actualmente es apoyar sin reservas al intelectual de preferencia, desde que se confía en él y se le respalda ciegamente, en tanto que es un “líder de opinión”. El intelectual es con frecuencia una firma recurrente en periódicos y revistas que se ha ganado ese sitio gracias a su popularidad como novelista.

Para el filósofo español Gustavo Bueno el intelectual está cifrado por la impostura. El intelectual tiene respuesta para todo desde que apoyado en el supuesto prestigio de su condición de iluminado interviene en la escena pública como un actor especialmente dotado.

Desde hace años, el colombiano Fernando Vallejo se ha encargado de construir un personaje que le ha dado excelentes réditos. Se trata de un cascarrabias anticlerical y caprichoso que se distingue por su habilidad para insultar así como por su pretendida rebeldía. Vallejo es un novelista y en ocasiones se presenta como un gramático, aunque lo que mejor lo distinga es la retórica: la de un escritor maledicente que al parecer, en perfecta sintonía con los tiempos actuales, solo parece respetar a los animales, lo único de pureza que le queda al mundo.

Su más reciente aventura tiene que ver con España. En 2001, molesto porque este país exigía visa a los colombianos, firmó una carta dirigida al entonces presidente Aznar en la cual un grupo de artistas protestaba por la medida, un grupo formado por García Márquez, Fernando Botero, Álvaro Mutis, William Ospina, Darío Jaramillo Agudelo, Héctor Abab Faciolince y el ya citado Vallejo: además, el único que ha mantenido su promesa.

La carta, hay que decirlo, es un reclamo basado en la hispanidad: los autores critican el trámite de la visa porque hay una tradición común. Se refieren a España como la Madre Patria (algo común entre ciertos mexicanos, por cierto) y solo tienen palabras de afecto a propósito de ella (ver el texto original, «Señor presidente», en El País, edición del 18 de marzo de 2001).

Cuesta creer que un hombre como Vallejo haya firmado esa carta, sobre todo por sus recientes declaraciones, ahora que el presidente Rajoy ha expresado su deseo de pedir en Bruselas que deje de exigirse visa a peruanos y colombianos.

En una entrevista (El País, 18 de agosto de 2013) el autor de «La virgen de los sicarios» recurre a su bien conocido estilo brutal: «Yo a España ya no la quiero, y estoy feliz de verla quebrada, en bancarrota, con una deuda impagable de casi dos billones de dólares y un desempleo monstruoso».

Acto seguido, Vallejo se comporta como el típico intelectual que sabe las cosas a medias (como diría Marx): «¡Lo altaneros que estaban, gastándose la plata ajena! Se aprovecharon de lo lindo de la Unión Europea mientras nos cerraban la puerta a los colombianos. ¡Cuál madre patria!» Vallejo no parece entender que quienes verdaderamente se han aprovechado de España son los artífices de la UE. En todo caso a España lo que se le puede reprochar es su ingenuidad e imprudencia al haberse entregado de inmediato al potente mito de Europa.

En una frase, sin embargo, Vallejo atina: «Ésa no es una patria. Ni para los españoles ni mucho menos para los colombianos». Es decir, la expresión es correcta pero no por las confusas razones del retórico, sino porque, en efecto, poco se hace en la España actual, herida por nacionalismos fraccionarios, a favor de los españoles. En cambio, enorme es el esfuerzo por satisfacer a una Alemania que vendió espejos a cambio de la reconversión industrial.

Vallejo ya puede estar contento: el intelectual por excelencia ha confundido las cosas una vez más.

 

 

Manuel Llanes

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