www.cuencanews.es
Infoxicación crónica

Infoxicación crónica

Por Redacción
x
localcuencanewses/5/5/16
domingo 30 de octubre de 2011, 23:57h

google+

Comentar

Imprimir

Enviar

La velocidad del progreso de las últimas décadas, sobre todo desde el nacimiento de Internet, es tan fascinante como peligrosa.


Fascinante porque gracias a esta aldea global en la que se ha convertido el planeta el avance del ser humano tiene ante sí una autopista. Hasta ahora habíamos avanzado por derroteros embarrados y carreteras secundarias de mala muerte en las que los grandes descubrimientos, más a menudo de lo esperado, se debían a casualidades, errores o a la propia intuición: la penicilina, el descubrimiento de América o la radiactividad, respectivamente, por poner algunos ejemplos.

 

Sin embargo, también es cierto que esta autopista no está falta de peligros: mortíferas curvas y somnolientas rectas que, entre otras cosas, nos pueden hacer perder de vista la diferencia que existe entre urgente e importante.

Un teléfono móvil sonando es algo muy urgente pero, a no ser que estemos esperando desesperadamente una llamada de alguien para contarnos algo en concreto, no debería ser, a priori, nada importante. Sin embargo, hoy pocos podemos resistir la necesidad de acudir raudos y veloces ante la llamada del politono de turno: a mayor estridencia de la melodía, mayor velocidad de respuesta.

Pero no todo lo urgente es importante, ni viceversa. Es muy probable que entre las cosas más importantes que subyacen al ser humano encontremos la necesidad de engendrar. Para muchas personas no habrá nada más importante que tener un bebé, pero eso no quiere decir que todos lo hayan buscado de manera desesperada sin pararse a pensar en los requisitos que conlleva y en las responsabilidades que acarrea esta decisión. La estadística nos apoya al comprobar cómo cada vez se tienen los hijos a edades más avanzadas. Una aplastante prueba de que lo urgente gana la contienda por goleada a lo importante.

La infoxicación –exceso de información- a la que nos encontramos sometidos hoy en día, fruto de las ya nada nuevas tecnologías, no ayuda en absoluto a la hora de priorizar entre lo urgente y lo importante. Distinción que se hace imprescindible a la hora de establecer una jerarquía de valores sólida y responsable y que, sin duda, también repercute en nuestra capacidad de renuncia a recompensas a corto plazo para poder obtener algo mejor a medio o largo plazo. Permítanme ejemplificarlo con un conocido experimento.

A unos niños –bendita inocencia- se les dejó un caramelo encima de la mesa, a su alcance. Después, se les informó de que se les dejaría solos en la habitación: si al volver observaban que no se habían comido el caramelo, les regalarían el doble. No es que se les prohibiera comerse el caramelo, simplemente se les prometió más si eran capaces de esperar. ¿Qué creen que ocurrió en la mayoría de los casos? Quizá a todos nos venga a la cabeza la frase: “vas a durar menos que un pastel a la puerta de un colegio”

Impaciencia pueril, urgencia ficticia y jerarquías de valores trastocadas. Todo ello bajo un escaparate global que nos hace padecer de infoxicación crónica ¿Detectan la incoherencia e hipocresía que este cóctel posmoderno provoca?

Por un lado, y bajo el paraguas de la crisis, todos los mensajes parecen sugerirnos que deberíamos ahorrar por si todo va a peor, algo que, por cierto, hubiera sido mejor hacerlo antes de la crisis. Sea como fuere, parece ser que, si lo hicimos, no lo hicimos lo suficientemente bien... o alguien nos engañó despiadadamente y ahora no nos dan los caramelos que nos prometieron. Mientras, por otro lado, todos los estímulos que encontramos, personal y virtualmente, intentan empujarnos a seguir gastando y, no sin cierta lógica, así acelerar la recuperación de la convaleciente sociedad que nos ha tocado vivir.

Es triste pensar que tanto unos como otros tenemos parte de culpa pues: ¿cómo vamos a salir de este bache si todas las iniciativas que se están llevando a cabo –despidos, recortes- repercuten negativamente en el flujo económico?, ¿qué tipo de avances pueden provocar las huelgas y paros indiscriminados que, incluso teniendo razón, ralentizan la recuperación económica? Este círculo vicioso -en el que sí que se sabe qué fue antes: el huevo o la gallina- está consumiendo exponencialmente las pocas esperanzas que nos quedan. Hemos perdido el norte; lo urgente ya no sólo pisa, sino que machaca sin piedad a lo importante.

Por todo ello, ¿en qué quedamos señores gobernantes?, ¿ahorramos para el futuro -cuando realmente lo necesitamos ahora- o gastamos para potenciar el motor que mueve el mundo -tal y como nos cantaban en Cabaret-? ¿Qué queremos?, ¿qué necesitamos?, ¿podemos prevenir sin antes curar? En definitiva: ¿qué es urgente?, ¿qué es importante?

Todo este razonamiento me trae a la mente una anécdota repleta de moralina. Una persona, desastrada y mal vestida, se encuentra pidiendo en una esquina cuando un rollizo banquero pasa por allí y, quizá por primera vez en su vida, siente remordimientos sociales y le suelta un billete de cien euros al sorprendido mendigo. Acto seguido, el banquero se dirige a un lujoso restaurante para celebrar con unos amigos su buena acción cuando, ¡tate!, allí se encuentra con el mismísimo mendigo de la esquina. Éste no hacía otra cosa que gastarse los cien euros de la limosna en una suculenta mariscada, ¡menudo caradura! El banquero, con cara de pocos amigos, se acerca y le pide explicaciones al mendigo quien, ufanamente, le responde: “perdóneme usted, pero si cuando no tengo dinero no puedo tomarme una mariscada… y cuando lo tengo tampoco, ¿cuándo tengo yo derecho a disfrutar de una mariscada?”

Desde mi punto de vista, afortunadamente con trabajo y sin demasiado dinero que ahorrar, creo que tomaré prestada la máxima ¡Carpe diem! y haré caso del niño que llevo dentro: optaré por comerme el caramelo que hay sobre la mesa –mejor langosta o solomillo-  por si mañana ya no está. Puede que mi decisión no le importe a nadie pero, dada la situación, me urge lo suficiente para llevarla a cabo. Todo ello mientras termino de creerme que, así, ayudo a que la economía no se estanque y siga fluyendo... como si el futuro del banco del señor rollizo dependiera principalmente de los hábitos del ya saciado mendigo. ¡Va por ustedes!

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios