Se acabó el verano, el ruido de los últimos pasodobles y charangas de San Mateo es la música final de esta época del año siempre breve en Cuenca, comienza una estación que, por cierto, siempre le ha sentado bien a nuestra ciudad. Puede decirse que tras las fiestas comienza una nueva temporada, la vuelta a la normalidad, tan dura como la de estos últimos años de crisis económica. Muchos lo llaman ya el otoño caliente en previsión de las protestas en la calle, creo que no será para tanto.
Entiendo que es difícil encontrar elementos nuevos en la política de nuestro país, tras dos huelgas generales el margen para sorprender que tienen los grupos de presión es tan escaso como la capacidad del gobierno para subir de nuevo los impuestos. Ahora las pensiones están en el punto de mira, se hablará mucho por parte de todos, y creo que nadie tendrá del todo la razón.
Manifestarse contra el recorte de las pensiones es como estar en contra de la Ley de la Gravedad, te puede gustar más o menos pero los objetos caen al suelo. Hay que decir que nuestras pensiones es un sistema de reparto piramidal al estilo de las empresas de Madoff por el cual los trabajadores actuales no están ahorrando nada, sino que están pagando a los que salen del sistema que son los jubilados actuales. Lo que ocurre es que cuando Bismark implantó el sistema la pirámide de población era precisamente eso, una pirámide.
Los políticos podrán decir lo que quieran, apelarán a la responsabilidad y callarán intentando evitar la “alarma social”, los sindicatos pedirán “garantizar las pensiones” pero se chocarán con la realidad; cuando se jubile la generación del baby boom esto se volverá inviable, cualquier intento de evitarlo conducirá a la melancolía, por eso se hace necesario comenzar a implementar un sistema mixto de capitalización de las pensiones.
La sensación de que mediante leyes se puede burlar la realidad es muy común en España, aunque no exclusiva; en estos países se le acaba otorgando al estado una capacidad sobrehumana para arreglar los problemas, tomándolo como un ser supremos del que todos dependemos. Lo que ocurre es que la realidad es tozuda y si tienes, por ejemplo, el mercado laboral más proteccionista de Europa, las leyes económicas hacen que tengas la tasa de paro más grande de los países desarrollados.
Los gobiernos de estas naciones suelen pretender mediante leyes tener el Estado del Bienestar de los países nórdicos, pero obvian que para ello antes de tomar esas medidas que producen pérdida de competitividad, distorsiones en la economía y empobrecimiento paulatino debes de ser tan rico y productivo como Suecia, porque si no lo único que conseguirán será hacer un estado inviable.
Resulta curioso cómo países como España, Argentina o Grecia tienen – sobre el papel de los boletines oficiales- , un estado más proteccionista que las regiones con mejor nivel de vida del mundo, puesto que países como Dinamarca, Holanda o Noruega se dieron cuenta ya en los noventa que había que reformular el Estado del Bienestar.
Un buen gobernante debe tener claro que las naciones deben ser como los barcos, que tratan de navegar bajo tormentas y sobre las mareas, teniendo en cuenta las fuerzas inevitables de la naturaleza, acomodándose a estas e intentando llegar a buen puerto: esas fuerzas económicas, sociales o físicas deberán estar presentes a la hora de legislar y hacer política, y todo pasa por hablar claro a los ciudadanos y no vender utopías.
Fuerzas como el mercado de trabajo, el déficit o la deuda pública, pueden ser un auténtico incordio para nuestros políticos, pero no queda más remedio que tenerlos en cuenta a la hora de buscar soluciones a los problemas; si no se hace, los gobiernos caerán como aquellos inventores de artefactos voladores intentando burlar la ley de la gravedad.
Pablo Muñoz Miranzo
Twitter: @pablommiranzo
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