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Mandela, su voz y mis conciencias

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 09 de diciembre de 2013, 07:35h

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Lamenté la muerte de Hessel y lloré la de Sampedro, ¿cómo no dedicar unas humildes y sinceras palabras de despedida a Mandela?

Parece que fue Franklin quien un día dijo que en el mundo existen tres grandes tipos de personas. 1) Inamovibles: aquellos que se resignan a vivir el tiempo que les ha sido otorgado sin pretender cambiar la realidad ni dejarse influenciar, 2) Movibles: que aun compartiendo características con el grupo anterior, y para bien o para mal, pueden cambiar de actitud gracias al carisma y la razón de otras personas, llegando a moverse pero no por iniciativa propia, y 3) Quienes se mueven: caminantes, soñadores, idealistas, luchadores, sonrientes, resilientes, incansables, combatientes, liberadores, bondadosos, generosos, oradores... Vamos, la máxima de líder que vengo argumentando desde hace un par de artículos. Categoría que Nelson Mandela presidió hasta hace unos días. Descanse en paz. Permítanme mostrarles, poniéndome como ejemplo, cómo las palabras de este gran hombre pueden seguir siendo faro al que aferrarse.

 

Muchos de mis amigos no comparten mis reflexiones. Para algunos son excesivamente extremistas y para otros nunca acabo mojándome lo suficiente. No es cuestión de color ideológico, créanme. De hecho, dentro de esa categoría de amigos que pueden contarse con los dedos de una mano tengo el placer de disfrutar de distintos y opuestos posicionamientos. ¡Qué razón tenía Madiba cuando afirmó: “Me gustan los amigos que tienen pensamientos independientes porque suelen hacerte ver los problemas desde todos los ángulos”! In medio virtus, que también decía Aristóteles, y cuanto más cerca de nuestro corazón ocurra, mejor.

Pues estaba yo la semana pasada con algunos de esos amigos cuando, entre caña y tapa y tras los manidos reproches políticos que sirven de precalentamiento, nos enzarzamos en un apasionado debate sobre el papel del individuo en los designios de la sociedad, así como su capacidad y límites en cuanto a liderazgo se refiere. Coincidíamos en que todo ciudadano que se precie no puede ser indiferente ante la situación que vivimos y que, como ya intuyó Ortega y Gasset, ha de ser inevitablemente político. Donde no armonizábamos es en el papel que debía jugar en la partida. Mientras que ellos abogaban por una democracia real llevada al extremo donde toda (¿gran?) decisión debía pasar por una votación popular vinculante, yo esgrimía una mayor implicación y compromiso electoral que nos ayudara a elegir verdaderos líderes, eso sí, siempre tras una necesaria e inaplazable reforma electoral. Ante su plausible defensa de la voz del pueblo yo recordaba que no todos somos válidos para gobernar y que las decisiones de la mayoría, por simple pragmatismo y disolución de responsabilidades, no siempre han de ser las correctas. No recordaré a Barrabás por las reminiscencias religiosas (y no sólo éticas) que conlleva, pero ¿qué creen que ocurriría, por ejemplo, si se votara la expulsión de los gitanos de un país? Desde un punto de vista ético está claro que el resultado debería ser negativo, pero permítanme que tema ponerlo en práctica y llegar a un posible resultado donde se constate que la mayoría es una masa informe, asustadiza y temerosa que hace realidad el latinajo “Video meliora proboque deteriora sequor”, o lo que es lo mismo: “Veo lo mejor y lo apruebo, pero elijo lo peor”.

Es inevitable que ante esta reflexión me hubiese gustado evocar la cita de Mandela que dice: “Si yo soy tu líder tienes que escucharme. Y si no quieres escucharme lo que tienes que hacer es abandonarme como líder”. A lo que mis amigos, ávidos de polémica, podrían espetarme en la cara esta otra cita suya: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento”. Y es que, estimados lectores, independientemente de la posición que tomemos en este asunto: “Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo”, incluso el cetro que un día pusimos en sus manos. En este sentido, no menos cierta es esta otra cita suya: “Cuando el agua ha empezado a hervir, apagar el fuego ya no sirve de nada”. No debemos olvidar tampoco, y aquí mis amigos esbozarían una sutil sonrisa, que este magnífico ser humano, Premio Nobel de la Paz, en su momento fue juzgado por cometer actos de violencia y destrucción a los que se adhirió como último recurso, incluso cuando él mismo también llegó a afirmar que: “Derribar y destruir es muy fácil. Los héroes son aquellos que construyen y que trabajan por la paz”. Dualismos y almas varias que ponen sobre la mesa la complejidad del ser humano, así como la tarea de dirigir sus vidas. Dar más peso a la voz de los ciudadanos, algo con lo que estoy profundamente de acuerdo, no significa llegar a un extremo donde la tarea de los políticos quede reducida a una expresión simbólica. No sé ustedes, pero yo quisiera que mi opinión fuera respetada y escuchada por aquellos a los que, como a Mandela, sería un honor poder elegir como presidente.

Como pueden adivinar, la conversación acabó sin claro ganador. Aunque quizá fuera más correcto decir que no existieron perdedores. Nadie venció, y seguramente tampoco nadie convenció al momentáneamente adversario. Pero mis amigos, mis conciencias, siempre han sido y serán preciado torno donde poner a prueba mis convicciones. Seguimos pensando igual, es cierto, pero les aseguro que en el fondo de cada uno de nosotros ardió una pequeña llama de paradójica duda y convicción provocada por la vehemencia de nuestros argumentos y la crudeza de una realidad impuesta que, desgraciadamente, sepulta otras sabias palabras de Mandela: “Siempre parece imposible, hasta que se hace”.

Por mi parte, y para terminar, sólo puedo lamentar la desaparición de Madiba. Con su marcha la Historia, esa gran coleccionista, nos ha robado un trozo de humanidad. Me pregunto cuánto tiempo pasará hasta que alguien le llegue a la suela del zapato; sin personas como él, mis argumentos sobre el liderazgo son fatuos castillos en el aire. Mientras tanto, como si de un tesoro se tratara, guardo la cita que utilizaré para comenzar mis clases esta semana: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Ahora bien, añadiré, pensad detenidamente la dirección del cambio que os gustaría conseguir, quizá algún día sea la realidad de vuestros hijos.

 

 

José Luis González Geraldo

Facebook.com/joseluis.ggeraldo

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