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Sobre una guía turística oficial

sábado 13 de abril de 2024, 11:53h

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En el mes de diciembre pasado, el Ayuntamiento de Cuenca abrió plazo de presentación de ofertas para la publicación en papel de cinco guías editadas por el Plan de Sostenibilidad Turística y que estaban ya colgadas en formato PDF en la web Cuenca es Turismo; llevado de la curiosidad, consulté una de esas guías, la titulada Cuenca. Patrimonio, arte y cultura, cuya parte literaria lleva la firma del actual cronista oficial de la ciudad. Sin demasiada sorpresa por mi parte, habida cuenta de la cuestionada trayectoria intelectual de su autor, me encontré con un texto ampuloso, mal escrito y lleno de errores, imprecisiones y barbaridades; un texto, en fin, más propio de una antología del disparate que de una guía oficial de turismo editada por el Ayuntamiento de Cuenca y avalada en su contraportada por otros organismos e instituciones como la Junta de Comunidades de Castila la Mancha y el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo.

Revela una ignorancia supina, por ejemplo, asegurar, como se hace en sus páginas, que en el interior de la catedral se puede admirar “el arco barroco de Esteban Jamete” (pág. 30), cuando cualquier alumno de secundaria sabe en Cuenca que ésa es la obra más representativa del Renacimiento en la ciudad, o decir que en el paisaje urbano hay (pág. 13) “rascacielos que sujetan sus arbotantes” (arbotante: “arco situado en la parte exterior de un edificio, que transmite el empuje de una bóveda o una cubierta a un contrafuerte”). Sólo como osadía inconsciente cabe calificar la afirmación de que “vidrieras del XVI y vítreos modernistas” han singularizado el templo catedralicio como único y diferente (pág. 9); dejando de lado —lo que no es poco dejar— el hecho de que vítreo es un adjetivo (“humor vítreo”) y no puede ser utilizado como sustantivo equivalente a vidriera ni recibir otro adjetivo como complemento, es aportación novedosa del autor del texto el considerar como pertenecientes al Modernismo unos vitrales realizados por destacados representantes del arte abstracto de los últimos decenios; claro que, en su concepción del devenir artístico, el Modernismo hubo de extenderse mucho en el tiempo, porque el del actual Museo Paleontológico, levantado ya en los primeros años del siglo XXI, le parece también “un edificio en construcción modernista” (pág. 37).

Atónito queda el lector cuando se le asegura (pág. 19) que el antiguo puente de piedra de san Pablo “fue descrito por el cronista de los marqueses de Cañete, Pablo Martín Rizo y luego ensalzado por el viajero Antonio Ponz, poco antes de que sufriera el primer descalabro con el agrietamiento de uno de sus arcos en 1589”; Juan Pablo Mártir Rizo —a él es a quien se refiere el cronista oficial de la ciudad cuando habla de Pablo Martín Rizo— y Antonio Ponz escribieron, sí, sobre aquel primitivo puente, pero ni el uno ni el otro pudieron hacerlo antes de 1589, pues el primero nació en 1593 y Ponz más de cien años después, en 1725. Quizá debería aclarar el autor del texto por qué dice que los tres arcos del ayuntamiento (arcadas los llama él) “sostienen el paraninfo municipal como salón de Cortes y Plenos” (pág. 10), pues ni el lugar es un paraninfo (“en algunas universidades, salón de actos”) ni en él se han celebrado nunca cortes; tampoco se sabe qué significan o qué fundamento tienen afirmaciones como que, coronando la fachada del Ayuntamiento, “un león define el Fuero de Cuenca” (pág. 10) o que, refiriéndose a Mangana, “dicen los códices en hebreo que aquí se escribieron páginas en las que Yavhé dictaría sentencia” (pág. 14). De Mangana se asegura asimismo (pág. 15) que se encuentra ubicada “en la intersección de la Cuenca antigua” (intersección: “punto de encuentro de dos o más cosas de forma lineal”);

Angélicas y Celadoras, se dice en el texto (pág. 20), “han embaucado rincones para Hoteles y Restaurantes modernos” (embaucar: “engañar o alucinar, prevaliéndose de la inexperiencia o candor del engañado”); en el interior de la catedral (pág. 30) pueden encontrarse, entre otras cosas, “retablos, imaginería, órganos e Imágenes de envidiosa factura” (envidiosa: “que tiene envidia”), y allí hay también bellos “artesonados curtidos por el tiempo” (curtir: “tratar y preparar la piel obtenida de un animal” y “endurecer el sol o el viento la piel de una persona”); el Museo de Arte Abstracto (pág. 13) “entabica pared” [?] con restaurantes recién inaugurados; el alfar de Pedro Mercedes se encuentra en el antiguo barrio de san Antón, “a traspiés [?] entre el antiguo camino hacia el Madrid de la Corte y nuestra ciudad colgada” (pág. 24); las mismas vidrieras de la catedral que en la página 9 eran modernistas reflejan en la 30 “un arte abstracto ideado y plasmado por artistas de la solemnidad [?] vanguardista”. En fin, para qué seguir…

Ante semejante cúmulo de disparates, y con fecha del 20 de diciembre pasado (ocho días antes de que finalizara el plazo de presentación de ofertas para la edición en papel de las guías, y cuando todavía existía, por tanto, la posibilidad de paralizar el proceso de impresión de las mismas), presenté en el Registro del Ayuntamiento de Cuenca (número de entrada 32777) una carta dirigida al señor alcalde de la ciudad en la que le exponía, en términos muy similares a los de este escrito, las deficiencias del texto del señor Romero, al tiempo que le pedía la retirada de la web Cuenca es Turismo del PDF correspondiente y su cuidadosa revisión antes de llevarlo a la imprenta. Ahora, y mientras escribo estas líneas, tengo la guía Patrimonio, arte y cultura en papel sobre mi mesa de trabajo y el PDF continúa colgado en Internet, en ambos casos sin corrección alguna. O en el Ayuntamiento nadie leyó mi carta, lo que me obligaría a preguntarme sobre la atención que nuestros munícipes prestan a las sugerencias y las iniciativas de los ciudadanos, o, si alguien lo hizo, el asunto no le pareció, como a mí sí me lo parece, un despropósito descomunal que se podía haber evitado muy fácilmente y con toda discreción. Quizá alguien debería ofrecer una explicación.

José Antonio Silva

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