Alsasua, municipio navarro de menos de ocho mil habitantes a escasos cincuenta kilómetros de Pamplona. La próxima semana celebrará sus fiestas patronales, como tantos otros pueblos españoles durante el periodo estival. Los proetarras, con el aval del Ayuntamiento de la localidad, gobernado por Bildu, han organizado unos festejos que discurrirán en paralelo a los oficiales. Dichos festejos empezarán con el tradicional txupinazo, seguido de un brindis y un baile en apoyo a los presos de ETA en la txosna, especie de cantina típica de las fiestas de la zona. A continuación, en la plaza del pueblo tendrá lugar un almuerzo, cuya finalidad no difiere en nada de la del brindis y el baile. Para el sábado 14 y el domingo 15 de septiembre, tras el clásico poteo (procesión por los bares para tomar vino), se llevarán a cabo diversos actos en contra de la “represión”. El lema de tan melifluas fiestas no deja lugar a dudas: Jaiak bai, borroka era bai (Fiestas sí, lucha también). Tampoco parece nada dudosa la procedencia ideológica de las asociaciones que han pergeñado el ceremonial, entre las cuales se hallan Ernai (juventudes de Sortu), Herria (plataforma a favor de los presos etarras) o Askapena (supuesta ONG). La estrella roja visible en su cartel las identifica rápidamente con colectivos de la izquierda abertzale.
Se preguntarán qué relación puede haber entre estas dos celebraciones, toda vez que la distancia en kilómetros es enorme y sus finalidades completamente disímiles. Un adjetivo repetido en distintos comentarios hechos al respecto puede convertirse en un posible gozne entre ambos acontecimientos. En opinión de nuestros implacables adalides del etnocentrismo europeo, confusamente progresistas y feministas al mismo tiempo, la danza de las jóvenes vírgenes exhibiendo su desnudez es obscena. Por su parte, muchos califican igualmente de obscena una fiesta en la que se respalda y enaltece el terrorismo secesionista. ¿Por qué un mismo adjetivo para dos situaciones tan distintas? El origen etimológico de la palabra nos sugiere tres sentidos: como sinónimo de siniestro, funesto, infausto o de mal agüero; como sinónimo de indecente, impúdico o indecoroso; o como sinónimo de inmundo, asqueroso o sucio. En cualquiera de estos sentidos, obsceno podría ser aquello que no conviene que sea puesto en escena y, no obstante, es exhibido. La conveniencia hace que lo obsceno dependa necesariamente de unas circunstancias concretas; piensen, por poner un solo ejemplo, en el desnudo a lo largo de la historia de la pintura. Así pues, lejos de la idea ilusoria de un crítico enteramente neutral, será forzoso tener en cuenta siempre unas circunstancias determinadas y fijar un plano desde el que juzgar en cada caso la conveniencia del adjetivo en cuestión. El gozne propuesto parece ahora diluirse en una mera cuestión de perspectivismo; de suerte que, conforme a su modo de plantear las circunstancias, por aberrantes que nos parezcan, el abertzale nunca calificará de obsceno el mostrar o exhibir su rechazo ante una supuesta “represión”, mientras que para el resto de españoles tal exhibición no pueda ser vista más que como funesta, indecorosa o inmunda.
Con todo, ambos acontecimientos se corresponden con ceremonias y aquí cabría la posibilidad de encontrar un gozne o articulación de mayor solidez. Una ceremonia es, sustancialmente, un conjunto de secuencias operativas pautadas, delimitadas por un principio y un final claramente identificables, susceptibles de ser transmitidas y reproducidas por tradición o emulación. Las ceremonias, por lo demás, no pueden ser nunca entendidas al margen de las coordenadas culturales en las que se gestan. Dentro de las mismas y empleando parcialmente la terminología de L. Henry Morgan (1818-1881), para muchos el padre de la antropología moderna, una cultura tildada de “bárbara” se distinguiría por la ausencia de transferencia, el aislamiento o la incomunicación de sus propios procesos culturales. Desde este enfoque, el gozne al que antes hacía referencia parece sostenerse mucho mejor y es posible hallar una articulación coherente, un sustrato común; puesto que una ceremonia como la de las jóvenes vírgenes de Suazilandia carece de toda apertura o transitividad, del mismo modo que la consigna ospa (fuera de aquí) que reza amenazante en los carteles proetarras de Alsasua implica necesariamente un aislamiento. Así, más que por la obscenidad, estas dos ceremonias deberían vincularse por la barbarie.
Francisco Javier Fernández Curtiella