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Un mito mayor

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
viernes 17 de mayo de 2013, 00:44h

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En la anterior entrega de esta columna, «Coartadas de la charlatanería» (del 3 de mayo), explicábamos por qué resulta insuficiente justificar la importancia del arte en su capacidad para manipular sentimientos, cuando en ocasiones las manifestaciones tenidas por artísticas son de una ramplonería que no resulta obstáculo suficiente para que los consumidores de arte se conmuevan hasta el llanto. Todavía más: la vulgaridad a veces es precisamente la llave para llegar hasta el corazón de lectores, espectadores y escuchas.

Además, explicábamos que las razones que se dan para fundamentar el papel de la literatura en la sociedad pocas veces remiten más allá del sentimentalismo (por otra parte no del todo despreciable en la tradición novelística). Al respecto dábamos el ejemplo de las obras de Próspero Merimée, Washington Irving y otros viajeros, quienes con su descripción sesgada de España contribuyeron a construir el mito oscurantista de un territorio habitado por salvajes: de esos polvos, estos lodos, con la muy difundida creencia de un español pícaro indigno de formar parte del proyecto europeo, ajeno a cualquier picaresca, como nos cuentan sus corifeos. «África empieza en los Pirineos», advierte la frase atribuida a otro escritor, Alejandro Dumas (ver en este sentido, insistimos, el artículo disponible en la Internet «España en Babia», del filósofo español Pedro Insua Rodríguez, «El Catoblepas», n° 38, abril de 2005).

 

A resultas de lo anterior y si somos consecuentes con lo dicho, parece innegable concluir que la literatura, por ejemplo una obra de la «alta cultura» como el texto que inspiró la ópera «Carmen», nada menos, además de servir para hacer fluir las lágrimas de los amantes del bel canto, también ha sido de gran utilidad al momento de contrastar España frente a sus asépticos socios de la Unión Europea. Visualicen la imagen: una madrugadora Ángela Merkel trata de suprimir los días feriados de la apasionada Carmen y otros incorregibles gitanos.

En México, dos de las obras cumbres de la ensayística, «El perfil del hombre y la cultura en México», de Samuel Ramos, así como «El laberinto de la soledad», de Octavio Paz, han sido durante años los manuales para entender que los mexicanos son unos solitarios acomplejados: así se ha querido explicar cada uno de sus monumentales fracasos.

Es decir, quienes dicen que el arte no sirve para nada deberían replantearse semejante afirmación. La literatura es una suerte de discurso capaz de elaborar y recrudecer los mitos más variados, a veces capaces de convertirse en el rostro convulso de un país: el México bárbaro adonde va a morir el poeta en un éxtasis de tequila y peyote, la España andaluza que no paga impuestos en demérito de los trabajadores catalanes. Otra cosa muy distinta es que nos guste el uso que se le da a la literatura, cuando los mitos oscurantistas que engrosa no son de nuestro agrado.

Si un mito puede construirse pieza por pieza, a veces como rumor que luego vuelve a quien lo inició convertido en verdad, eso no implica que no pueda ser sometido a otra mirada. El mito, se dice, es indestructible, porque cuando se asienta en una sociedad removerlo se antoja labor titánica. Reconocer a un mito como oscurantista no basta para hacerlo caducar.

En «Los libros del conquistador» (1949), Irving A. Leonard se ocupa de desmentir una de las caras más vigorosas de la leyenda negra antiespañola, aquella que nos asegura que los conquistadores eran bestias ajenas a cualquier lectura. En cambio, nos explica cómo fue que las obras de ficción que hablaban de aventureros y prodigios sirvieron como estímulo para que sus lectores se lanzaran a la conquista, hacia la búsqueda de otras tierras: «estos hombres del Renacimiento español se sintieron capaces de realizar milagros aun mayores que los que ocurrían en las páginas de sus libros», dice Leonard. Y para ser eso, acicate de conquistas y revoluciones, la ficción no necesariamente precisa ser elevada obra de arte. De la misma manera que el aire de la ciudad mantiene vivos a sus habitantes, aunque no sea tan puro como el de la floresta. Es decir: la construcción del imperio español pasa por la gesta, por la épica, de la misma forma que una página de Bradbury forma parte del engranaje de la carrera espacial. Si los mitos oscurantistas son indestructibles, acaso sea posible hacerlos palidecer frente a un mito mayor y luminoso.

 

Manuel Llanes

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